Hoy se celebra el eclipse de la superluna roja, un evento que volveremos a vivir en treinta años, pero para mi mucho más importante que eso fue el hecho de que mi pequeño Cristiano Ronaldo aprendió a andar en bicicleta, y es que para una mamá el enseñar a su hijito a montar a dos ruedas es un acontecimiento único y que no se repite en la vida.
Por su cumpleaños número 6 decidí regalarle una bici nueva y un súper casco color azul, lo único es que el vehículo motorizado vendría sin ruedines, pese a que venían incluidos yo le expliqué que la única manera de aprender a tener equilibrio era sin rueditas.
Así que comenzamos a dar vueltas y vueltas y vueltas, primero sosteniéndolo con un pareo por el tronco mientras pedaleaba, después del asiento y así poco a poco y después de varias horas se animó a dar su primer paseo solito.
CR7 es de los que no se dan por vencido y lo intentó y lo intentó pese a todo tipo de caídas y reveses.
Al final de un fin de semana completo de práctica mi pequeño dominó su bicicleta y aprendió que mientras le de a los pedales habrá paseo por la vida, aunque a veces las paredes se le atraviesen en su camino.
La Mami Aventura terminó con un final feliz y un futbolista a dos ruedas muy contento con su nuevo logro. Fue el mayor de mis hijos, James Rodríguez, que dicho sea de paso es todo un experto en bicicleta con cambio de marchas, el que me dejó esta reflexión. Volviendo al eclipse de la Super Blood Moon, me comentó, “mami, la próxima vez que haya un eclipse como estos yo tendré casi 38 años”, me quedé fría de solo imaginarme que entonces mi primogénito sería más grande de lo que yo soy ahora.
Abracé a James lo más fuerte que pude y volví a recordarme eso que me dicen siempre las sabias madres de que los hijos son prestados y me alegré profundamente de haber enseñado a Rodríguez a andar en bici, y de este maravilloso fin de semana en el que Mini Boss, ahora así le llaman sus amigos en el recreo cuando juegan al fútbol, aprendió el arte de pasear en bicicleta. Me acerqué bajito a su cama y le dije al oído lo orgullosa que me sentía de su logro, me regaló una gran sonrisa y siguió durmiendo. ¿Qué más podría pedirle a la vida?